Un día como hoy pero del año 2002, antes incluso que Néstor fuera candidato a presidente, Nicolás Casullo escribió el siguiente artículo sobre un tipo "desgarbado, lungo, de palabra directa" al que por esos días, de todos sus amigos con los que conversaba sobre él, "el 80 por ciento no lo ubica" (ba).
¡Qué lindo sería en estos días agridulces tan llenos de futuro, aunque sea por un ratito, poder abrazarse con todos los que ya no están!
Néstor Kirchner representa la nueva versión de un espacio tan
legendario y trágico como equívoco en la Argentina: la izquierda
peronista. En su rostro anguloso, en su aire desorientado como si
hubiese olvidado algo en la mesa del bar, Kirchner busca resucitar esa
izquierda sobre la castigada piel de un peronismo casi concluido después
del saqueo ideológico, cultural y ético menemista. Convocatoria
kirchneriana por lo tanto a los espíritus errantes de una vieja ala
progresista que hace mucho tiempo pensaba hazañas nacionales y populares
de corte mayor.
Revolotean escuálidos los fantasmas de antiguas Evitas, CGT
Framinista, caños de la resistencia, Ongaro, la gloriosa JP, la
Tendencia, los comandos de la liberación, ahora sólo eso, voces en la
casa vacía. Por eso un Néstor Kirchner patagónico, atildado en su
impermeable, con algo de abogado bacán casado con la más linda del
pueblo, debe lidiar con la peor (que no es ella, inteligente, dura, a
veces simpática) sino recomponer, actualizar y modernizar el recuerdo de
un protagonismo de la izquierda peronista que en los ’70 se llenó de
calles, revoluciones, fe en el General, pero también de violencia,
sangre, pólvora, desatinos y muertes a raudales, y de la cual el propio
justicialismo en todas sus instancias hegemónicas desde el ’76 en
adelante, renegó, olvidó y dijo no conocer en los careos
historiográficos. De ahí que en las nuevas generaciones de jóvenes de
los últimos 20 años, las crecidas entre Luder y Menem, aquel “peronismo
de izquierda” no dejó datos ni rastros: las nuevas generaciones medias
no alcanzan a descifrar ese rótulo como algo digno de ser pensado. Por
eso, como espacio histórico dramático y fallido, lo de Kirchner tiene el
signo de la nobleza, del respeto a una generación vilipendiada con el
mote de puro guerrillerismo. Es fiel a una memoria fuerte del país que
ningún peronista “referente” se animó a aludir en la nueva democracia, y
también signo de aquellos fatalismos. Larga es la lista de enemigos
internos y externos de esa izquierda nacional en el movimiento desde
1953 hasta hoy: los “cobardes, entreguistas, traidores, claudicantes,
negociadores, burócratas, mariscales de la derrota, antipueblo” y
finalmente esa extraña y exitosa ecuación de modernización y renovación
justicialista que desembocó en el menemismo-liberal que enamoró a todos
los poderes reales en la Argentina. Lista de defecciones tan eterna y
concreta que casi terminó siendo, desde 1955, la historia real del
peronismo. La de sus defecciones.
En esa temeraria pelea está inscripto hoy el santacruceño. Según
muchos, Kirchner asume la responsabilidad de una pieza semiarqueológica:
los militantes peronistas “setenteros”, ahora cincuentones, quienes
viven la biografía del movimiento del ’45 como sentados en una estación
abandonada y ventosa muy al sur del país por donde volver a pasar,
aunque todavía no se note, ni se crea, ni se oiga, aquel verdadero tren
de la historia que algún día podrá llenar de humo purificador la patria.
Sentados en el andén vacío y destartalado, como a una hora señalada,
los del grupo toman mate, hacen muñequitos de madera con las navajas,
parrillan corderitos en la estación sin nadie, miran de soslayo por si
se acerca alguien, y achican los ojos cada tanto con las manos de visera
en pos de un imaginario punto negro, lejano, que se vaya agrandando
sobre las vías con su silbato anunciador. La cuestión es no dar
demasiados datos de esa espera. Por eso Kirchner habla rápido, a veces
medio desprolijo, o deambula confusamente entre cámaras de noticiero
tratando de coincidir con la memoria de los mártires, con el subsuelo
del tercer cordón ex industrial, o con una histérica cacerolera de
Belgrano R. Porque en realidad está diciendo algo difícil, complejo,
discutible, pero a lo mejor por eso profundamente cierto en cuanto a por
cuál sendero se sale realmente de este entuerto, donde el país se
desbarranca por la ladera, perdida toda idea de sí mismo, toda imagen
nacional.
Es posible que no sea candidato, o mejor dicho que no le alcance el
envión entre los sueños solapados del presidente Duhalde, las encuestas
optimistas de De la Sota, la coincidencia de los poderes con Reutemann,
las infinitas “re-reelecciones” de Menem, el caradurismo simpático de
Rodríguez Saá. Desgarbado, lungo, de palabra directa, está último en esa
lista, cuando cada tanto viene del sur para exigir elecciones ya. Para
decir que va por adentro o va por afuera pero no va a entrar en ninguna
trenza. Lo converso con mis amigos y el 80 por ciento no lo ubica, lo
semitienen en algún rincón de las imágenes del consciente pero no del
todo. Les digo que es el fantasma de la tendencia que vuelve volando
sobre los techos y sonríen como si les hablase de una película que no se
va a estrenar nunca porque falta pagar el master.
Si rompe con el peronismo corre el eterno peligro de quedarse solo,
ser simple izquierda, ser no “negocio”. Si se queda adentro, ya nadie
sabe en qué paraje en realidad se queda: corre el peligro de no darse
cuenta un día que él tampoco existe.
En ese maltrecho peronismo que vendió todas las almas por depósitos
bancarios, Kirchner es otra cosa: insiste en dar cuenta de que ésta no
fue toda la historia. Que hay una última narración escondida en los
mares del sur.
1 comentarios /:
Si hay alguien que intentó dejar atrás la propia simbología peronista es Kirchner, pero al mismo tiempo la sociedad lo está leyendo al revés, está leyendo que es el peronista más peronista, más insoportablemente peronista de todos, con lo cual aparece en el electorado de la Capital una actitud casi racista, como diciendo: ‘Sáquenme a estos negros de acá’. Es una paradoja que remite a algo que no está saldado: la inteligibilidad de la Argentina todavía se da entre peronismo y antiperonismo.
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